sábado, 14 de febrero de 2015

Psychedelic Nation: una bibliografía





Una pequeña selección de la bibliografía que manejamos para "Psychedelic Nation: Psicodelia y Contracultura en el Rock de los 60". No incluimos referencias de otros campos (Economía, Psicología, Antropología...) ni literarias sin cita expresa; tampoco artículos, álbumes, documentales, páginas web, etc.
NOTA: El asterisco (*) señala obras citadas en una o varias de las sesiones. 

  
WATTS, Alan:  - “La cultura de la contracultura”, Barcelona, Kairós, 2.014
                          - “Qué es la realidad”, Barcelona, Kairós, 1.995  
USÓ, Juan Carlos:  - “Spanish trip: la aventura psiquedélica en España”, Barcelona, Liebre de Marzo, 2.001
WOLFE, Tom:  -“Ponche de ácido lisérgico”, Barcelona, Anagrama, 2.009 *
ROSZAK, Theodore: - “El nacimiento de una contracultura”, Barcelona, Kairós, 1.973 *
DEROGATIS, Jim: - “Kaleidoscope Eyes: psychedelic music from the 1960s to the 1990s”, London, Fourth Estate, 1.996
MOORE, Allan F.: - “Rock: the primary text”, Buckingham, Open University Press, 1.993
GARCÍA LLORET, Pepe: - “Psicodelia, hippies y underground en España”, Zaragoza, Zona de Obras/SGAE, 2.006
MASON, Nick: - “Inside out: a personal history of Pink Floyd”, London, Phoenix, 2.011
MARCUSE, Herbert: - “El hombre unidimensional”, Barcelona, Ariel, 2.009 *
WALTON, Stuart:  - “Colocados: una historia cultural de la intoxicación”, Barcelona, Alba, 2.003
MARCHI, Sergio: - “Roger Waters”, Buenos Aires, Planeta, 2.011
GOLDMAN, Albert: - “Freakshow: misadventures in the Counterculture, 1959-1971”, New York, Cooper Square Press, 2.001
MELVILLE, Keith: - “Las comunas en la contracultura”, Barcelona, Kairós, 1.980 *
KESEY, Ken: - “The further inquiry”, New York, Penguin, 1.990
                       - “Alguien voló sobre el nido del cuco”, Barcelona, RBA, 1.995 *
MCMILLIAN, John: - “Smoking typewriters: the sixties underground press and the rise of alternative media in America”, New York, Oxford University, 2.011 *
LEARY, Timothy: - “Confesiones de un adicto a la esperanza”, Barcelona, Star Books, 1.978
MILES, Barry: - “Hippie”, Global Rhythm, Barcelona, 2.006
V.V.A.A.: - “The Beatles: antología”, Italia, Ediciones B, 2.000
CAVANAGH, John: - “The piper at the gates of dawn”, Bilbao, Libros Crudos, 2.013
BOCKRIS, Victor y MALANGA, Gerard: - “Velvet Underground: noise rock”, Valencia, La Máscara, 1.992
ESCOHOTADO, Antonio: - “Historia general de las drogas”, Madrid, Espasa, 1.998
GONZALO, Jaime: - “Poder freak: una crónica de la contracultura”, Madrid, Discos Crudos, 2.009
RUBIN, Jerry: - “Do it!”, Barcelona, Blackie Books, 2.009
COOK, Bruce: - “La generación beat”, Barcelona, Ariel, 2.011
HOFFMAN, Abbie: - “Yippie!, una pasada de revolución”, Madrid, Acuarela, 2.013
HUXLEY, Aldous: - “Las puertas de la percepción”, Madrid, Edhasa, 2.014
DAVIS, Wade: - “El Río”, Madrid, Pretextos, 2.004 *
BURROUGHS, William S. y GINSBERG, Allen: - “Las cartas de la ayahuasca”, Barcelona, Anagrama, 2.006
THOMPSON, Hunter S.: - “El escritor gonzo: cartas de aprendizaje y madurez”, Barcelona, Anagrama, 2.012
LAING, Ronald D.: - “La política de la experiencia”, Barcelona, Crítica, 1.977 *
HEATH, Joseph y POTTER, Andrew: - “Rebelarse vende: el negocio de la contracultura”, Madrid, Taurus, 2.005
SNYDER, Gary: - “La mente salvaje (poemas y ensayos)”, Madrid, Árdora, 2.000
PIVANO, Fernanda: - “Beat, hippie, yippie (del underground a la contracultura)”, Madrid, Júcar, 1.975
RACIONERO, Luis: - “Filosofías del underground”, Barcelona, Anagrama, 1.977
WASSON, Robert Gordon: - “El hongo maravilloso: teonanácatl”, México, Fondo Cultura Económica, 1.983
SOLER GARCÍA DE OTEYZA, Guillermo: - “The Byrds, pájaros de doce cuerdas”, Lleida, Milenio, 2.007
HOBSBAWN, Eric: - "Historia del siglo XX", Barcelona, Crítica, 1.994
WRIGHT MILLS, C.: - "White collar: the american middle classes", New York, Oxford University Press, 2.002 *
GARCÍA SALUEÑA, Eduardo: - "Nuevas tecnologías, experimentación y procesos de fusión en el Rock Progresivo de la España de la Transición: la zona norte", Universidad de Oviedo, 2.014
KEROUAC, Jack: - "En el camino", Barcelona, Anagrama, 2.000 *
                               - "Los vagabundos del dharma", Barcelona, Anagrama, 2.003 *
                               - "Los subterráneos", Barcelona, Anagrama, 2.002 *

lunes, 14 de abril de 2014

Las Vías (Barrio de Pumarín, 1982)



¿“Cinturón de hierro”? No existía tal cosa, no para mí. Quizá para nadie entonces, en el 82 (no lo sé, yo tenía cinco años, me ocupaba del urbanismo justo -es decir, el que me tuviera como centro-). Faltaban lustros para la fiebre, aquellas urgencias edilicias por romper “cinturones urbanos” y liberar suelos y más suelos en décadas prodigiosas, de las que acaban mal.
Las vías eran paisaje en el 82, según recuerdo (o me gustaría recordar -lo dejo así-), otro elemento con vocación de inmutable (la mente infantil, propensa al mito), uno más, como el Monte Naranco, los taxis negros con banda roja  o el guardia que ordenaba el tráfico en la glorieta de Tenderina Baxo -caseta incluída-. Más aún, aquellas paralelas trazaban la geografía de mi Pumarín natal (o el centro del mundo) como las fronteras en los mapas. Sin ambigüedades o contradicción. Pura autoridad. Irresistible para un crío en plena heteronomía, claro.
Eso sin olvidar que el tren, su causa primera (y motor nada inmóvil), era un medio de transporte ritual: hacia él te guiaba una mano de adulto -fuera de la rutina y cosquillas en el estómago, pero con seguridad absoluta, palma con palma-, el mismo adulto que festejaba la estación lóbrega -Económicos, El Vasco- donde comprabais un billete de cartón rugoso y neto, una lata de Sprite y, con suerte, Toblerone (la e final bien sonora) y hasta un troquelado de Buffalo Bill. Una ceremonia compartida con adulto, nada menos. No era tan habitual.
Después, en el vagón, el tren se ponía en marcha como un animal tras el sueño, croc, desperezándose, acelerando el paisaje sólo para que vosotros -los pasajeros, nueva comunidad- asistierais desde su barriga, en asientos acolchados y con calefacción de entraña. Los niños celebran los trenes; tienen sus razones.

Volviendo a Pumarín (pero siguiendo con el tren):
-- “¡Ni se te ocurra acercarte a la vía!”.
La voz de tu abuela, recordando el limes norte del imperio: yo jugaba en los prados del ferrocarril (antigua expropiación de las modernizadoras, seguramente), subiendo Eugenio Tamayo… Había caracoles, traviesas podridas, añicos blancos de azulejo.
-- “¡Treeeeeeeeen!” -gritaban en cascada los niños, exageradamente, antes de que el primer adulto lo vislumbrara, sumándose al alboroto-. Y parábamos el juego para ver pasar el convoy, como si las abuelas, madres o tías nos hubieran inoculado algún temor. Muy al contrario, sentíamos respeto nada más, fascinación. Los niños celebran los trenes con sus razones, ya se sabe.

Después, mi abuela se despediría de otras abuelas, tías y madres y me cogería de la mano, como cuando me llevaba al Vasco o Económicos, y juntos bajaríamos al Tocote (frontera noreste) para ver al cuñado Esteban (ex ferroviario, media vida revisando aquellos billetes de cartón: un héroe) y a su hermana Humildad. Ya eran mayores entonces, una pareja de opuestos bien avenidos, conservada en la riña cariñosa y perpetua. Supongo que habrían llegado en los inicios de la barriada, cuando el Tirano decidió construir en pleno “cinturón agrícola” de Uviéu, otro "cinturón" que romper, en minúscula (la mayúscula se reserva para los nuevos), y supongo que nunca la llamaron Grupo José Antonio (Esteban quizá sí, por prurito oficialista: era revisor) sino Tocote, como todos, y que, efectivamente, les habría “tocado” en el sorteo del 51 o el del 54.
 

Treinta años más tarde, cuando uno atravesaba el Tocote, bloques y más bloques gemelos, aún podía percibir su endeblez, las paredes sutiles, la conversación y evacuaciones del vecino, el trasiego posterior e interminable en las cañerías, la mixtura de potes y aceites (ventanas abiertas, sin salida de humos) o la altura escasa para evitar dispendios (del tipo “ascensor” o “sólidos materiales”), esa precariedad sobrevivida por generaciones tras el acto gubernativo y supremo de expropiar y establecer a quien yo te diga y cuando yo te diga, en el extrarradio, en los límites mismos del mundo: una frontera tan subjetiva y arbitraria, en el fondo, como la de un “cinturón” de lo que sea o aquellas mías pumariegas e infantiles del 82. 
Pero lo que te asaltaba a ti, de la mano de tu abuela y a tu metro diez, era el olor acre y cercano de los sótanos del Tocote, entrevistos por aquellos vanos oscuros y sin vidrio, casi al ras de la acera. Cada niño que jugaba en los prados del ferrocarril, Eugenio Tamayo arriba, sentía la misma curiosidad. Todos planeabais colaros en ellos, todos deslizabais las mismas preguntas a tías, madres y abuelas. “Qué va a haber, no hay nada”, os decían riendo, para seguir con el ya menos amable “qué ocurrencias, estos niños”. “Ocurrencias”: stop, no traspasar, un límite, se mire por donde se mire.
Así recordáis el Pumarín del 82, luminoso y soleado -propensión al mito de aquellos niños, del adulto que recuerda-… bañado en luz todo él, excepto en aquellos sótanos, los del Tocote. Sin el menor uso, negros como la pez, llamando vuestra atención infantil -e ignorados por los adultos-, oliendo a rancio y a humedad, invadiendo la calle, agrediendo el paso feliz de la mano de madres, abuelas y tías -muchas muertas, como tu abuela, Humildad o Esteban-.  



Demolieron la Estación del Vasco en 1989. Tardaron tres años.

Hicieron salir el último FEVE de Económicos, en el 99.

Crearon Cinturón Verde S.A. en el 92, un nuevo cinturón para “hacer desaparecer el (…) de Hierro del tren de la ciudad” y lo disolvieron en Abril del 2014, con el familiar “una vez que se han cumplido los objetivos”.



Vi al guardia de La Tenderina por última vez en el verano del 86 u 87 (?).
Dirigía el tráfico, pero ya sin caseta.




Nunca entramos en los sótanos del Tocote.



viernes, 21 de febrero de 2014

Les Plegues



Don’t raise your eye
It’s only teenage wasteland
(“Baba O’Riley”, The Who)

                                                                          I

Nún de los suaños volvíes a los quince o dieciséis. Tapecía seliquino a la vera la mar, una d’eses tardes caldes de Xunu, de les qu’abulten nun tener fin, como si nun llendaren cola nueche y tuvieren el mundu suspensu na prórroga: l’añadíu en mangues de camisa y llueñe de cualquier llei -física, adulta o patriarcal-, ensin árbitru, col sable de San Llorienzu sequino y llen de la rapacería del to tiempu, charrando duce y quedo, con prestor, sorbiatando de los plásticos buxos les sustancies calmes, acutaes. Ñubes marielles, como rastrexaes pente l’azulón y lo prieto, la negrura per aportar, y tú arrodiáu de los collacios del 93, falando seguro y equilibrao de lo que pintara, daba igual, más ritmu que melodía (los quince o dieciséis tampoco nun afinen, caro), afitáu nuna mena de cénit fráxil, frañedizu, pero n’equilibriu perfectu, eso sí. 

   Cada grupín un círculu. Cadún dientro del otru y del otru y del otru. Ensin centru. 

   Un ruxerrux melgueru de voces xuveniles, encantaes del ruxerrux melgueru de voces xuveniles.
 

   Sentite nel to llugar nel mundu, per una vez y como si fuera pa siempre -sabiendo que nin pa mañana-.       

                                                                                         II

Nel otru suañu, nel de güei, ties la mesma edá, pero ye nueche zarrao y caleyáis per un barriu portuariu que nun reconoces, masque sía nel to país, na ciudá… Vais en coche. Los amigos rinse de ti -y la to fatura- nos asientos d’un haiga prietu y funerariu, un Chevrolet de los 50 que traviesa  -quince per hora- les casines arrebuxaes d’esi (non)barriu del puertu. Afebráu, amoriáu pol refugu, escuques dalgún xacíu pente les pallabres y les fachaes vieyes y esconchaes, a piques d’esbarrumbar, los postigos piesllando cada ventana, naide pela cai: porque nun ties un alma esta nueche a la que te garrar, nun la ties.
Tamién ye verdá qu’alpenes sigues la conversación. Hai tiempu que se t’esnidia, ensin llóxica nin filu. Cuéstate un trunfu; de la que metes baza, digas lo que digas, los collacios que rin a carcaxaes, con violencia abonda, cásique con odiu. De nada te val retruca-yos, correxir, tentar otru tema: fainlo namás qu’abres la boca, de la que oin la primer sílaba, mecánico.  

  
Darréu, ensin solución de continuidá, veste fuera del coche y sientes l’agresión física, un güeyu amoratáu, afuxir en diez pasos llentos y llunares y, de sópitu, sin saber cómo nin por qué [carcaxaes] el paralís, nun te mover como si te fuera la vida nello. Agora ye cuando aflúin les muyeres permaquillaes y tristes, amazcaraes de caolín y del tizne, les voces en llingües qu’enxamás vas conocer -si ye qu’esistieren dalguna vez nel mundu-, dalgún personax vaporosu -manchones de color vivo- xuxuriando  pallabres nidies y buenes y lo opuesto col degomán, asocediéndose toos, pasando a centímetros de la to cara, alendando, sorriendo como gatos de Cheshire no que relluma un flax, esi güelpe (¿cosa del to maxín?) y ye agora tamién cuando baxes la vista, mires pal suelu -ensin movete un res pero tremando- y alviertes aquellos plegues nel asfaltu, un espeyu ciegu l’asfaltu, el mieu y la inseguridá más totales nel asfaltu.
La negrura per aportar.
Y reconóceslos per ende, los quince o dieciséis años.



lunes, 21 de octubre de 2013

Restitución: Félix Romeo, "Amarillo" y "Noche de los Enamorados"



                                                                              I

Escribe Félix Romeo en “Noche de los Enamorados” (Mondadori, 2011), su novela póstuma:
 “Cuando se publicó Amarillo, mi anterior libro, habían transcurrido dieciséis años desde el momento de los hechos, el suicidio de Chusé Izuel, e hizo que eclosionaran miles de moscas.
Todavía las estoy espantando.
Sin mucho éxito.
Han pasado dieciséis años desde que María Isabel fue asesinada”
 Y en el párrafo inmediatamente anterior:
Me pregunto cuándo empieza realmente la Historia, el momento en que el relato de los hechos deja de abrir heridas en las que hay huevos de mosca justo antes de eclosionar”

Paralelos. A María Isabel Montesinos Torroba la asesinaba, dieciséis años antes de figurar en “Noche de los Enamorados”, Santiago Dulong, compañero del escritor en la Cárcel de Torrero, Zaragoza, donde Félix cumplía su infame condena por insumisión. Una injusticia -la suya- recogida incluso por el cine... Dieciséis años pasaban también entre “Amarillo”, su novela sobre la muerte de Chusé Izuel, amigo de toda una vida (“el fuego sin fuego de mis muertos”), y la propia muerte de Chusé Izuel. Dos novelas, mismo narrador: iguales lapsos de tiempo, iguales procedimientos obsesivos, iguales pérdidas. Paralelos.
¿Cuándo empieza la Historia?, ¿cuándo deja de abrir heridas?, ¿cuándo cicatriza?, se pregunta el narrador en “Noche…” Son interrogantes -precauciones- inesperados en un novelista tan visceral y franco como Félix Romeo. Hay en ellos -en ellas- delicadeza, rasgo que planea sobre toda su obra (aunque sorprenda a sus lectores menos avisados); también un dolor profundo... pero no dejan de apuntar a una duda última, mucho más inquietante: ¿cuándo puedo escribir sobre la vida?, ¿cuándo adquiero ese derecho? Nos extraña la prevención: Félix Romeo era un vitalista. 

La verdad es que preguntas como éstas no surgirán sino en una fecha tardía, casi en las últimas páginas de “Noche de los Enamorados”, tras todo “Amarillo”, como si antes de encontrarlas -y de la consiguiente posibilidad de respuesta- Félix sólo hallara el medio, la misma escritura, la indagación, el recorrido obsesivo y circular por un mar de datos y suposiciones, laberinto repleto de topoi a los que vuelves o crees haber vuelto -por su parecido de familia-.
 Apenas hay preguntas de alcance general en “Amarillo”. Tras numerosas depuraciones del texto hasta su esencia, un esqueleto, prima la búsqueda total de Chusé en los detalles, un desaliento que parece mecánico, el absurdo -muy asumido- de buscar motivaciones, trayectorias y esquemas lógicos en el caos oceánico de lo vivido y recordado (de ahí el agarre desesperado en datos y citas, la ilusión de cualquier objetividad, por pequeña que sea). Cada mínima aserción de “Amarillo” sienta en un via crucis previo; es más, su edificio lógico se mantiene en equilibrio improbable, temblando. Materiales así son los que impiden a Félix cualquier interrogación estructural. Al fondo, Chusé Izuel matando a Chusé Izuel, acabando con su cadena de causas y efectos (arma y límite de toda indagación) y, más desolador aún para su amigo -incluso tres lustros más tarde-, negando la vida y su sentido (comprar el pan, hacer una tortilla y lanzarse balcón abajo del piso compartido en Barcelona). Comprendemos el dolor: Félix Romeo era un vitalista. 

Siguiendo con los paralelos, podemos imaginar el vacío de esa caída doble, la de Chusé -literal- y la de Félix -interior-, dos abismos que se abren simultáneamente, en el mismo momento de 1992, resistiéndose a cualquier cierre. Acciones sin final ni reposo. Félix, la parte débil del binomio, sigue viviendo, eligiendo una vida imprevista, en cierta manera: la que, de manera tácita, ambos reservaban para el propio Chusé, el escritor sucio, el genio feroz y sensible, medio roto aún (por un mal amor), pero con todo el futuro y una “carrera literaria” por delante. Félix cuidaba hasta entonces, se mantenía en segundo plano, por delicadeza y porque las amistades largas imponen -a veces- extrañas jerarquías. La misma delicadeza (no se extrañen sus lectores) que traerá ese hiato de dieciséis años hasta “Amarillo”; la misma que postergará la escritura de “Noche de los Enamorados  (“esto no es un juicio, porque no se puede juzgar a los muertos, y Santiago Dulong murió hace diez años”, escribirá).

En resumen, Chusé Izuel dijo no a seguir viviendo, a la literatura y a muchas otras cosas un 27 de Febrero del 92. Tenía 24 años.
En resumen, Félix (Romeo) sería pues el escritor, en ausencia de Chusé y en lo sucesivo, rol que ni hubiese contemplado de proseguir su asociación vital. Mejor dicho, justamente por ella lo asumía ahora. Porque el binomio aún tenía sus leyes, obligaba. Sin final ni rescisión a la vista, eso sí. La paradoja que hacía posible al Félix Romeo escritor, tras el fatídico veintisiete del dos del noventaidós, también era garantía de doble caída libre para ambos. El salto de Chusé seguiría y seguiría aéreo hasta que Félix lo cerrase de alguna manera, con algún sentido o, al menos, alguna sanación; y el vacío de Félix no dejaría de serlo hasta que su obra encarase lo sucedido, ese órdago de Chusé a la propia vida y a la de algunos otros -la de Félix Romeo, sin ir más lejos-.
Eso es “Amarillo”, en el fondo: la búsqueda de la palabra, sin saber aún cómo ni por qué. Tan tentativo y emocionado, dieciséis años más tarde, como para sólo rozar las preguntas.

  Cuando se publicó Amarillo, mi anterior libro, habían transcurrido dieciséis años desde el momento de los hechos, el suicidio de Chusé Izuel, e hizo que eclosionaran miles de moscas.
Todavía las estoy espantando.
Sin mucho éxito.”


                                                                            II

   Sin mucho éxito”. Pese al gran esfuerzo de “Amarillo”, las moscas siguen rondando a Félix Romeo. Seguirán ahí. El fantasma de Chusé Izuel atravesará sin remedio “Noche de los Enamorados”, novela que ya no es la suya, sino la de otra pareja trágica (María Isabel y Santiago Dulong), muchas veces de modo explícito, pero sobre todo en la trasposición de métodos narrativos, dupla protagonista, abismos, peligros, engaños.
La reinterpretación del mismo tema, el de los límites entre víctima y verdugo, será en “Noche…” más exacta (no sólo en lo estilístico), quizá porque Romeo ya no habla de Chusé, el amigo sin el cual no sería. Hay una mayor distancia, tanta como para implicar pasados mucho más largos y políticos, de los que explican cómo Santiago Dulong pudo pasar por víctima siendo verdugo proverbial o cómo María Isabel, su víctima, apenas encontrará justicia o la menor comprensión en cierto sistema y momento.
Los foucaultianos procesos de “búsqueda de la verdad”, lejos de la literatura sentida y exploratoria de “Amarillo”, fueron con Santiago Dulong y María Isabel, muy en cambio, los de jueces y periodistas, es decir, los propios -y tan ajenos- de una época y sus inercias. Romeo puede sentir la iniquidad del proceso, su frialdad, su habitualidad, sus cunetas, rastrearla entre los mismísimos antepasados de Santiago Dulong (ese antiguo alcalde republicano del mismo nombre, olvidado década tras década) y comparar finalmente con la pasión y calidez de “Amarillo” o “Noche…”, favorablemente.

   También hallará conexiones molestas, no obstante. Dulong, el estrangulador, comparte rarezas en el crimen con el pobre Chusé Izuel, asesino sólo de sí mismo, pero también y sobre todo cierta condición simultánea -y paradójica- de víctima y verdugo. Romeo se acerca por ahí a las preguntas. Chusé y Santiago, antípodas en tantas cosas, se le van revelando como bisagras entre libros, repeticiones, víctimas que son verdugos y son víctimas, todo a la vez. Tal descubrimiento cambiará a Félix Romeo en plena narración, epifanía dolorosa que buscaba sin saberlo en “Amarillo” y que explotará en plena redacción de “Noche de los Enamorados”. Santiago y Chusé, moviéndose en trayectorias paralelas respecto a su común denominador -nunca mejor dicho-: Félix Romeo. Hace falta pulso para escribirse los propios muertos hasta destruir su propia imagen recordada.
 
Hay más de esos personajes-bisagra en el díptico de ambas novelas, con todo. Su descubrimiento será aún más traumático.
María Isabel Montesinos es la víctima inequívoca de Santiago Dulong, alcohólica, presunta prostituta, hilera de dientes negros… apenas un esbozo en la memoria de testigos, periódicos y sumarios. Para sus jueces -profesionales o contingentes-, se merece el desprecio de su verdugo y pareja, hasta el punto de casi trazarle su propio crimen: víctima propiciatoria en una sociedad que aún amparaba -años 90- la violencia y el sojuzgamiento de la mujer en privadísimos ámbitos domésticos. Esa sociedad quiere el olvido y escoge el relato del “parricida” (el mismo nombre le parece un desatino a Félix), por razones históricas y de simple mezquindad humana. Evita las preguntas, ante todo. Prefiere un relato cartesiano a la verdad (siempre más elusiva e incómoda, menos privada), aunque sea el del estrangulador que antes de asesinar a María Isabel le cortaba el pelo a la fuerza (“pelona” no tendría la misma belleza “para engañarle”). La tarea le resultaba especialmente fácil a Dulong cuando la dejaba inconsciente...
En fin, no habrá búsquedas vivas como la de “Amarillo”, de las que cuestionan al que cuestiona y le hacen cambiar. Será un simple encaje de lo que no encaja, otro fraude en el espejo. Ni los forenses, ni los informadores, ni el juez actúan en sus funciones normales. No quieren ir más allá, verse en el retrato. La indagación casi exonera a Dulong, el estrangulador y maltratador, con una breve estancia en la cárcel. Félix siente la injusticia de permitirle el relato a los verdugos: María Isabel morirá una y otra vez, como Chusé seguirá cayendo y cayendo del mismo balcón. Y explota, ya sin prevenciones o ambigüedad:
“Me sorprende la imprecisión de los términos médico-forenses que se refleja en la sentencia, y que conduce a los jueces a tomar una decisión: “glotis muy contraída”, “degeneración hepática”.
Quiero decir: me indigna esa imprecisión.”
Me indigna”. El término marcará el durísimo final de “Noche de los Enamorados”. El escritor, tras los laberintos personales y narrativos de “Amarillo”, encuentra la Historia, su capacidad de restitución, cuando “el relato de los hechos deja de abrir heridas en las que hay huevos de mosca justo antes de eclosionar”. Ante la voz aceptada de los verdugos, ante la perpetuación de la herida en sus víctimas (y más allá)… un escritor puede restituir(se) el orden, a través de la escritura. Félix Romeo, sin ir más lejos. No se trata de construir ningún paradigma universal, ningún “ensayo sobre la justicia”, porque, como él mismo dice, “no se puede juzgar a los muertos”: sólo restablecer el lugar de ciertas víctimas en el mundo (la literatura como búsqueda y ordenación del mundo), detener su dolor en los vivos, romper las inercias, los retratos forzados y escasos en el espejo. El poder enunciativo de lo que surge en este punto de “Noche…” es indudable. Será tal que cerrará la novela, el díptico que forma junto a “Amarillo” y, probablemente, toda una etapa narrativa de Félix Romeo.

Chusé Izuel es la víctima y verdugo de Chusé Izuel, como María Isabel es víctima del verdugo -y falsa víctima- Santiago Dulong. Romeo ha encontrado las preguntas y una buena pregunta incluye su respuesta délfica. Saber preguntarse (como hace Félix Romeo, jugándose el tipo) es saber preguntar. La sinceridad del largo proceso, su paciencia y humildad, contra el de frías instancias oficiales (encerrar insumisos y liberar estranguladores, todo sea por una amable imagen en el espejo) hacen caer ahora las respuestas, como fruta madura. Dalila Love, prostituta de “Discothèque”, su novela de 2001, comparece por sorpresa en las últimas páginas de “Noche de los Enamorados”, intertexto, sólo para espetarle a un camionero de aquella novela, ya entonces trasunto del mismo Santiago Dulong -el maltratador y estrangulador-: “¿quieres que te meta el puño por el culo hasta que te aplaste el corazón para acabar con tu culpa, con tu desgracia?” Una de esas preguntas que incluyen su respuesta délfica, ¿no?. Adiós a las precauciones. 

Pero hablábamos de dobles parejas. Chusé, María Isabel, Santiago Dulong… nos falta el cierre y esa facultad de cierre sólo la tiene el propio Félix, polo -póstumo- de todos ellos. Ha restituido a los tres en sus lugares. Ha visto las preguntas y las respuestas han llegado como un torrente (algunas, implícitas, sobreentendidas). Ha sido doloroso, pero lo ha afrontado. Es el momento. Ya puede volver al relato de Chusé y verse a sí mismo reflejado, a los dos: la sombra del suicidio, la negación de la vida y aspiraciones compartidas, de su mismo valor (y Félix Romeo era un vitalista). El legado de Chusé es mucho más negro que una profesión de escritura e indagación, heredadas por demás. Félix Romeo también es su víctima, con todas las letras (mucho más allá de cristianos conceptos de culpa). En eso, Chusé se parece a Santiago Dulong, involuntariamente (comprar el pan, hacer una tortilla y lanzarse balcón abajo). Félix debe aceptarlo, aceptar la agresión (“no se pueden reparar las ofensas a los muertos”) y pasar de víctima a verdugo, mediante la escritura, tal y como acaba de hacer con Santiago Dulong. Restituirse en víctima, como antes restituyó a María Isabel. Restituirse como verdugo, escribiendo. Es terrible. Son terribles las últimas páginas de “Noche de los Enamorados”, inexorables. Las bisagras ya están claramente definidas, dos a dos, el díptico se cierra.

El escritor como verdugo, para seguir viviendo. Un exorcismo en dos libros, realizándose, matando al padre (Chusé Izuel, el más fuerte del binomio), cumpliendo su herencia, camino expedito para seguir viviendo y crear sin las viejas sombras. Y esa última ironía: Félix Romeo muere un 7 de Octubre de 2011, justo antes de la publicación de “Noche de los Enamorados”, con poco más de 40 años. Las bisagras claramente definidas y el díptico que se cierra, simetría perfecta de la muerte. Se cierra, cuando estaba destinado a que Félix siguiera viviendo y creando, buscando, escribiendo nuevos libros. “Esto no es un juicio, porque no se puede juzgar a los muertos” ¿Quién nos restituye ahora a Félix Romeo?